lunes, 24 de noviembre de 2014

Sugestión




Regreso a casa a las 10:30 PM.
Desde que entré tuve una mala espina viendo la calle más oscura que nunca. Entro y no hay luz.
Justo el fin de semana pasado se metieron a casa de los vecinos y tuve una charla con mi esposo sobre cerrar con doble llave las puertas.
Es una estupidez, pero no veo nada y cuando busco el teléfono para hacerle una llamada, cero batería.
"Puta madre" pensé.  Hoy que está en el DF y me acaba de decir que se viene en el último camión. ¿Por qué no otro día?
Camino unos pasos  intentando cerciorarme de que no haya nadie adentro. En el primer cajón busqué un arma, o una vela, pero no hay cerillas, ni objetos punzo-cortantes que utilizar.
Afuera se oyen ruidos y lo que otro día me pudiera sonar como la caída de hojas secas, hoy me suena a un tipo encerrado en mi patio trasero, sin poder entrar a la casa y sin poder salir.
Todo tiene doble llave. Este lugar, más que casa, parece una fortaleza. La señora que vivió aquí antes de mí debió ser igual de paranóica de lo que soy en este momento. Tres cerrojos en cada puerta, ventanas enrejadas… difícil entrar, pero creo que peor salir.
No se ve nada. Me acerco a la cocina con un poco de sospecha y notándola vacía, entro por el encendedor  que está junto a la estufa. Lo prendo tres veces y apenas da chispa. Me acerco al imán donde pego los cuchillos y sólo hay uno, seguramente estará el resto en la tarja, esperando por ser lavado. Tengo la esperanza de portar el cebollero con buena punta, pero al encender la primera vela aromática de la sala (son las más grandes y que están más a la mano) me doy cuenta de que traigo el de pan, bueno para rebanar, pero no para clavar.
Tomo una vela y me aventuro al pasillo. Reviso el baño, la regadera y todo como lo había dejado. Avanzo y cierro con llave el estudio, la recámara. El único cuarto sin llave es el estudio de  mi esposo y abro con la vela por delante y el cuchillo de pan en la otra mano. Ese cuarto es un museo de armas. Mi esposo colecciona cuchillos, hachas y espadas de todos los lugares a los que ha viajado y yo tomo mi hacha, la única que es verdaderamente mía y con la que he jugado a imaginar que corto cabezas. Quizás no tenga tanto filo de todos modos, pero está a mi alcance, no como el machete que reconozco más filoso, pero me queda muy alto. 
Checo que no falte ninguna otra de las armas y me agacho a buscar la linterna. Enorme objeto amarillo con gran alcance luminoso y la pinche cosa no tiene carga, la checo una vez más y nada. Intento ver entre las cajas y bolsas de herramientas, pero la vela no descubre mucho. No encuentro ni pinzas, ni fusibles, ni linternas. ¿Algo podría salir peor? Claro que con pinzas y linterna me aventuraría a salir al patio trasero. Me puse el hacha en la espalda, como en las películas y salí con mi vela nuevamente. Más ruido.  Las sombras de mis gatas proyectadas en el techo con la luz de velas se ve escalofriante. 
Me siento en el sillón y me prendo un cigarro. Fumo y enciendo la laptop en busca de Wi-fi quizá si hay una red abierta a la redonda, podría enviar un mensaje vía Facebook a mi esposo y él llamaría a mi suegra para que pase por mí. Atrás está más oscuro ahora que he encendido las velas. 
Temo que alguien me mire por la ventana sin que yo pueda verlo. Pinches slashers, lo que le hacen a uno. Maldigo a Wes Craven y las odiosas películas de Scream que no te dejan leer un pinche libro y disfrutar las sombras como se hacía un siglo atrás.

Tiembla la ventana y yo escribo esto en lugar de huir
a llamar a mi esposo desde un teléfono público. Temo voltear.

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