lunes, 24 de noviembre de 2014

Halloween



Hoy  Halloween, amanecí sin miedo a la muerte, pues ya estaba muerta.
Mi cuerpo zombie caminó por las calles de Cuernavaca. Al mirar el espesor del tránsito, los  niños  y sus padres hacinándose  en las puertas de una escuela, los sesos restantes comprendieron que eran las nueve en punto y el cuerpo inanimado corrió Cuauhtemóc de bajada hasta la Vecindad, pues iba tarde para el ensayo de Coro. Subió desbocado las escaleras, robó un sorbo de café a Omar, saludó a Vero, ocupó su lugar, abrió las partituras del Requiem de Fauré, cantó, mientras mi fantasma se deslizaba tranquilo, reuniéndose con el cuerpo unos minutos más tarde. Incapaz de  ascender a los cielos o refundirse en los infiernos del todo, decidió vagar por los alrededores del salón, jugando bromas pesadas a quien pudiera. Algo  harta de este mundo,  me recosté sobre el clavi (quizás causando un malévolo cluster de órgano eléctrico) en espera del auténtico sueño eterno, pero no habían señales de divinidad. Sentí algo extraño al concluir “In paradisum” y no tenía que ver con los desfases de ritmo. Fue un encuentro: Mi cuerpo y mi alma se miraron de lejos con el trágico dulzor de la despedida. El ánima turbia comenzó a disolverse y justo antes de abandonar por siempre este espacio y enfrentar su juicio, le fue negado el descanso eterno:  

Hay  que volver a la Tierra, ya falta poco para el día de muertos.

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