lunes, 24 de noviembre de 2014

La noche estrecha




Al principio, la noche era amplia y todo cabía en ella. Brillaban las constelaciones como pecas sobre el lomo celeste y la luna (cual mandarina en gajos), algunas veces se mostraba sonriente, y otras, alumbrando como faro el horizonte dispersaba su reflejo sobre las aguas quietas de las fuentes y los lagos.  El viento silbaba entre los juncos, enredaba el cabello de los enamorados y endulzaba sus oídos con susurros. Las miradas ávidas se interceptaban en las veredas, iluminándose recíprocamente, pintando las mejillas de rubores.
 Millones de amantes se enlazaban en la penumbra, entre los matorrales, bajo los sauces y las estrellas, cayendo rendidos ante el poderoso influjo nocturno; pero Julián y Julieta parecían inmunes a la trama de constelaciones. Caminaban tan disgregados, ensimismados en universos tan disímiles, que ni mil casualidades habían podido reunirlos. Su concepción estética de la belleza empañaba sus ojos, y jamás les hubiera permitido mirarse.
El viento había soplado en sus oídos tantas veces sin que lo notaran, que el céfiro mismo se había dado por vencido, y los grillos ya no entonaban sus arrullos al andar de los ignorados. Bastó tal afrenta para que la noche se planteara un reto y conspirara a favor de su encuentro.
Resolvió entonces hacerse estrecha: no encerró en su vientre los susurros del aire, las pecas del cielo, los gajos de la luna o su reflejo. Fue tan inmenso el silencio en su entorno, que sólo pudieron escuchar sus latidos. La noche se volvió tan oscura, que no cupo entre ellos la apariencia y sólo se miraron con las manos. Fue así como se encontraron entre ellos y a sí mismos, rendidos ante el profundo encanto nocturno.

Por ellos, la noche se hizo estrecha, y se volvió tan enjuta, que en su útero no cupo nada más que uno y otro, a oscuras y en silencio.  Nueve días después, volvió a ensancharse, pariendo un nuevo tipo de amor, forzando al infinito a  encontrar líneas paralelas en el infinito.

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