Al
principio, la noche era amplia y todo cabía en ella. Brillaban las constelaciones
como pecas sobre el lomo celeste y la luna (cual mandarina en gajos), algunas
veces se mostraba sonriente, y otras, alumbrando como faro el horizonte dispersaba
su reflejo sobre las aguas quietas de las fuentes y los lagos. El viento silbaba entre los juncos, enredaba
el cabello de los enamorados y endulzaba sus oídos con susurros. Las miradas ávidas
se interceptaban en las veredas, iluminándose recíprocamente, pintando las
mejillas de rubores.
Millones de amantes se enlazaban en la
penumbra, entre los matorrales, bajo los sauces y las estrellas, cayendo
rendidos ante el poderoso influjo nocturno; pero Julián y Julieta parecían
inmunes a la trama de constelaciones. Caminaban tan disgregados, ensimismados
en universos tan disímiles, que ni mil casualidades habían podido reunirlos. Su
concepción estética de la belleza empañaba sus ojos, y jamás les hubiera
permitido mirarse.
El
viento había soplado en sus oídos tantas veces sin que lo notaran, que el
céfiro mismo se había dado por vencido, y los grillos ya no entonaban sus
arrullos al andar de los ignorados. Bastó tal afrenta para que la noche se
planteara un reto y conspirara a favor de su encuentro.
Resolvió
entonces hacerse estrecha: no encerró en su vientre los susurros del aire, las
pecas del cielo, los gajos de la luna o su reflejo. Fue tan inmenso el silencio
en su entorno, que sólo pudieron escuchar sus latidos. La noche se volvió tan
oscura, que no cupo entre ellos la apariencia y sólo se miraron con las manos.
Fue así como se encontraron entre ellos y a sí mismos, rendidos ante el profundo
encanto nocturno.
Por
ellos, la noche se hizo estrecha, y se volvió tan enjuta, que en su útero no
cupo nada más que uno y otro, a oscuras y en silencio. Nueve días después, volvió a ensancharse,
pariendo un nuevo tipo de amor, forzando al infinito a encontrar líneas paralelas en el infinito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario