Era
la noche de San Juan y corría un viento fresco que erizaba mi piel. Aún no eran
las doce y el pueblo estaba callado, se guardaba bajo la penumbra, pero entre
los ruidos del silencio cobraban vida las bendiciones y maldiciones de una noche
como esa.
Ariadna,
mi mejor amiga, iba conmigo y, al ver mi
piel estremecida, me prestó su suéter. Hacía años que no me paraba por ahí,
todo era distinto a lo que vieron mis ojos de niña. La luna llena resplandecía
sobre mi cabeza como una aureola y me seguía camino al pozo de la antigua
hacienda.
Ya
nos habíamos sentado bajo la higuera para aprender a tocar la guitarra, habíamos
recorrido la pradera con esperanza de encontrarnos un gato o ver florecer una
yerbabuena, pero faltaba lo más importante: justo a la media noche debíamos
lavarnos las manos y el pelo para permanecer jóvenes y bellas por siempre.
Mi
bisabuelo había abierto el pozo para el uso comunitario, apoyando al pueblo en
un periodo de sequía, pero según contaban mis tías, el agua de ahí había ocasionado
muchas desgracias y mientras caminábamos hacia el pozo aproveché para contarle
a Ariadna la leyenda completa:
-Una
noche de San Juan, hace muchos años, una muchacha del pueblo llamada Casandra se
tiró dentro del pozo al descubrir que su marido la engañaba con la costurera de
la región. Al parecer, Casandra era una
especie de vidente que podía adivinar muchas cosas con los ojos de la
intuición, pero el amor la cegó, impidiéndole ver lo único que era evidente
para el ojo común. No murió de inmediato,
sino quedó flotando dolorida, por lo que dio peso de piedra a sus dolores y con
sus lágrimas elevó el nivel del agua hasta lograr ahogarse.
-¡Qué horror!
-Espera, falta lo
bueno. El pozo es tan oscuro que es
imposible percibir el fondo, así que su cuerpo quedó sin descubrirse por varios meses, en que la gente usó el agua
para la siembra, para dar de beber a los animales y beber ella misma. El agua envenenada
mató la siembra, a los animales y sumergió en una extraña tristeza a todo aquel
que la bebía. Se dice que una vez, la costurera
fue al pozo acompañada por un niño. La mujer bajó el cubo y al jalarlo se
resbaló hacia adentro. El niño se asomó y escuchó una pequeña voz susurrando “Casandra”
antes de apagarse bajo el agua. El pueblo completo fue a sacar el cuerpo de la
recién caída, y fue así como descubrieron el otro.
Vi
temor en los ojos de Ariadna, creí que la historia causaba su efecto y me reí
un poco de ella. Cuando mi abuela me la contó, yo no pude dormir por varias
noches, pero ver ese temor de niña en mi buena amiga me causaba gracia.
-
Esto es sólo una historia o ¿estás
tratando de decirme algo? – Dijo Ariadna perturbada.
Yo
no entendí su pregunta y haciendo un gesto de extrañeza continué mi narrativa.
- Luego un antiguo
pretendiente de la adivina, bien enterado de la tragedia, fue a sacar agua del pozo. Era una de esas
raras noches de luna menguante, en que, justo sobre el agua se reflejaba una sonrisa. Al asomarse a jalar la cubeta vio una sombra
moverse y preguntó asustado “¿Casandra?” y Casandra respondió: “Voy a decirte
cosas que no quieres oír pero bien deberías saber. Aquellos socios en quienes
tanto confías se aprovechan de ti, están escondiendo las verdaderas ganancias
en un costal de papas. Vete, y haz lo que debes hacer”. ¡Mira, ya estamos aquí,
es ese de ahí arriba! Desde entonces, mucha
gente viene al pozo a pedir su consejo, creo que mi abuela lo hacía
constantemente. Sólo hay que susurrar “Casandra” mirando hacia abajo y se
supone que si estás abierto a la magia, te contesta.
- Oye, y ¿no hay otro
lugar en que podamos lavarnos?, la verdad no me gusta la idea de este pozo,
¿qué tal si en vez de bonitas nos ponemos tristes?
- No, no hay otro lugar
cerca, además ya sólo faltan un par de minutos para la media noche y el hechizo
no resultaría.
Saqué
un cubo de agua sin mucha dificultad, como vi a mi madre hacerlo tantas veces,
y las dos nos lavamos las manos y el cabello. Nos reímos en complicidad.
- ¡Ahora seremos
jóvenes y bonitas por mucho tiempo! Vámonos hacia la higuera, que si volteamos
hacia la luna y luego la miramos, la veremos florecer.
- No, ¿no te da
curiosidad lo de Casandra? Si esta noche se abren las puertas al otro lado del
espejo, seguro ahí estará esta mujer.
- No, la verdad es que
me da miedo.
- No seas miedosa,
inventé eso de que se había tirado en la noche de San Juan para asustarte, pero
en realidad se pudo haber tirado cualquier día.
- Pues lo lograste.
- Ah, no pasa nada.
- Bueno, lo hacemos, pero
vas tú primero.
Me
acerqué y de pronto una ansiedad se apoderó de mi mente. Me vi al borde del pozo y no quería mirarlo, trataba de
resistirme al vértigo malsano. Cuando por fin me atreví a mirar, sentí mi alma
caer una y otra vez, aún cae eternamente sin tocar jamás el agua, sólo la
oscuridad.
Con
la voz temblorosa susurré, esperanzada en que nadie contestara:
- Casandra… - pero una
voz dulce, envuelta en un eco misterioso me dijo:
- Voy a decirte cosas
que no quieres oír, pero bien deberías saber: Aquella amiga en quien tanto
confías se aprovecha de ti. Tiene amoríos con tu prometido. Tú le has contado todo acerca de él y
sabiendo esto, ella lo ha buscado y usado tus confidencias contra ti. Ve y has
lo que tienes que hacer.
Me
incorporé temblando, sin poder creer lo que había escuchado.
-
¿Qué pasó?, ¿La escuchaste?
Me
tomo un momento responder.
-
No sé. Creí escuchar algo pero no estoy segura. ¿Por qué no lo
intentas?
Esa noche me dejó dos cosas: un lindo suéter y la pregunta que me atormenta cada vez que me lo pongo ¿Ariadna habrá llegado a escuchar: “Voy a decirte cosas que
no quieres oír, pero bien deberías saber. Aquella amiga a quien crees tener
engañada, está a punto de empujarte a la muerte”?
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