Mis brazos largos, como alas fracturadas, abrazan el
viento inhabitado, las caras de nadie que son sólo tuyas, los giros del tiempo,
de laberintos y calles-caracolas en que te busco y te encuentro inexistente.
Danzo hélice hasta marearme en tu repulsa, ruedo
cuesta abajo persiguiendo tu fantasma, atrapo su estela en curvas y senderos que
nunca has transitado. Me filtro en los resquicios de las sombras, anido en
remolinos y rizos, en la sal de un poema graffiteado sobre el iris de tus ojos, donde
todo es círculo quebradizo, jeroglífico jamás codificado.
Desvanecida sobre el hielo, sedienta, me hundo por ahogar
las ganas de haber sido tuya: el ruiseñor que cantaría eternamente, penetrando
la noche que desagua en la espiral de tu oreja. No este pájaro torcido, muerto en
la quietud del invierno.
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