lunes, 17 de noviembre de 2014

Luna Vieja


- ¿Las sirenas sueñan?
- Claro.
- ¿Qué sueñas?
- Sueño con pasillos de alga transitados por peces dorados, sueño con los ojos que se encienden en la noche, con perlas, con barcos hundidos, con otras sirenas y marineros ahogados.

El hombre barbado yacía en la cama con una joven desnuda de cadera amplia y senos generosos, de cabellos largos y ondulados del color del bronce que parecían brillar alumbrados por la tenue luz de una vela. El barco se mecía cadencioso, del mismo modo que la hermosa mujer lo hiciera sobre su cuerpo un momento atrás.

- ¿Has soñado conmigo?
- Muchas veces
- ¿Cómo me ves en tus sueños? – dijo con un tono insinuante, en espera del más erótico de los relatos.
- Te veo un poco más viejo, descendiendo hacia el arrecife rodeado de astillas y burbujas… Vas palideciendo de a poco hasta que tu piel se ve nacarada, brillante y saltan tus venas como bellos corales. Es un sueño recurrente, pero maravilloso.
Él tragó saliva de golpe.
- Te doy miedo.
- ¿Miedo? Los piratas damos pavor porque no conocemos tal cosa.
- ¿No temes morir como todos los hombres? Podría hundir tu barco si quisiera.
- Pero no quieres.
- No sé. Está en mi naturaleza.
- Y si encallo ¿me salvarías?
- No. – Dijo, con una sonrisa, posando sobre los suyos, esos ojos ingenuos, enormes y brillantes que sólo poseen las ensoñaciones.
- Y ¿yo no te doy miedo?
- Ningún hombre me da miedo.
- Si me dijeran que hay un diamante en tu garganta, podría cortarla sólo por averiguarlo
- No hay diamantes en mi garganta, quien te lo diga es un ingenuo.
- Quédate.
- No puedo.
- Quiero que seas mía… Quiero ser tuyo también.

Volvieron a enredarse entre las sábanas y por un momento no pudo distinguirse algún espacio entre sus cuerpos.
- No me olvides. No desaparezcas, que te estaré extrañando de aquí al final de los mares.
- Tú me olvidarás en un par de noches de alcohol y taberneras, pero las sirenas nunca olvidan... Tengo que irme, es hora.
Él la cubrió con una sábana oscura y la cargó para que no la vieran los otros marinos. Se acercaron a estribor. De pronto sintió su transformación con asombro. La cola larga y plateada rasgó la sábana, resplandeciendo con las primeras luces del alba.
- Quiero secuestrarte, guardarte en mi camarote por siempre.
- No puedes, no te dejaría, y si lo hiciera, en unas horas estaría muerta.
- Vuelve, por favor.
- Volveré la próxima luna vieja.
La vio desvanecerse entre sus brazos y sintió una extrañeza sorprendente.
De pronto ella estaba en el agua mirando hacia arriba.
- Quizás esta noche sea luna vieja, no te olvides de cantar en la taberna.
- ¿Esta noche? – se sintió aún más desconcertado. - ¿Estoy soñando?
- Sí, pero es un sueño premonitorio.
- Entonces quédate siempre. No quiero despertar – se tiró al agua y la atrapó entre sus brazos.
- Los sueños terminan y está amaneciendo.
- Mírame a los ojos. Me amas. No tienes que irte. Sólo bésame.
Se hundieron juntos, enlazados y en la humedad de ese beso profundo, despertó el capitán sobresaltado, para encontrarse a solas en su camarote.
Desde entonces se le vería perderse entre cantos y copas cada noche de luna vieja, en busca de sirenas.

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