Lunes, 18 de diciembre, 2000.
La historia de la familia. Para acabar pronto: esta era una
familia de puros mitómanos, lo que contaban era cuento, así termina esta
historia, tan tan.
Esa es la primera versión. Pero considerando que todos los pueblos
han sido mitómanos, y tal vez todas las familias, veamos la mitología de la
rama femenina de la familia (curiosamente la rama femenina no tiene nombre, es
anónima, porque cada generación cambia por el nombre del padre)
La versión revisada habla de lo siguiente:
Hacía la segunda mitad del siglo XIX (por ahí de los años 1860, pa
delante, cuando en México estaba por llegar Maximiliano y en EU se estaba
gestando la Guerra Civil ),
Este era un señor ingles de apellido Blagborne, trabajando, de todos los
lugares posibles, en una embajada inglesa en Colombia. Quienes quieren
impulsar a la familia dicen que era el mismísimo embajador de Inglaterra, otras
versiones más moderadas piensan que tal vez fue un funcionario de segundo o
tercer nivel. Los pesimistas piensan que era el mozo. Este hombre, ya de
cierta edad, queda viudo y por tal razón dirige sus intereses hacia una bella
joven de la sociedad colombiana, a la cual desposa. Las
versiones moderadas y pesimistas dudan que tal unión se formalizara.
El resultado de esta pareja es que nacen tres bellas hijas. La
mayor de nombre Esther, las otras dos se llamaban Carola y Sara. No se sabe
quien era la menor.
Dice la leyenda que el señor Blagborne fallece y su mujer decide
abandonar Colombia. Este hecho apoya la idea de que el hombre fuera influyente
en Colombia (tal vez el propio embajador de Inglaterra) y de que no hubiera
formalizado su unión con la colombiana, pues muriendo él, ella perdió su apoyo
y no quedo con el estatus de viuda, que le hubiera permitido una vida holgada
en su propia tierra. Hay que tener en cuenta que en esos tiempos la idea de irse
a un país extranjero sin más ni más, era bastante riesgosa.
La personalidad de ella debió ser por lo tanto, atrevida, osada,
inteligente y dispuesta a enfrentar obstáculos. Es decir, la misma que se
derivaría de una situación irregular en una sociedad conservadora.
Además, al parecer, ella contaba con dinero. (La teoría de la
concubina gana puntos).
Viajó en barco con sus tres hijas, en edades juveniles y llego a
México al puerto de Veracruz. (Existe una foto de una de las hijas, Sara, con
pie de foto que dice Bogotá, Colombia, que la muestra a una edad de entre 15 y
20 años).
Llego con un gran equipaje y causo asombro en la ciudad de
Veracruz, pero por no ser el clima totalmente de su agrado, decidieron
proseguir rumbo a la ciudad de México. En el camino conocieron la ciudad de
Orizaba, que es una ciudad alta, vecina al pico de ese nombre, con clima
templado y húmedo, que les agradó.
Dice la leyenda que la madre decidió instalarse en Orizaba, y
casar a sus hijas con los mejores partidos que había en ese momento en la
ciudad. Uno de ellos era un joven de apellido De la Llave , que era hijo de un
señor de gran importancia en la ciudad y que seria gobernador de Veracruz
durante el Porfiriato. La mayor, Esther, había casado ya con un inglés, aunque
luego enviudo, ella pasó su luna de miel en Cuba cuando todavía era colonia
española, antes de la guerra con EU que fue en 1879. (Se conservan algunos papeles sobre la tía Esther, porque
ella falleció a una edad avanzada, 102 años creo). A Sara, que tal vez era la menor, la caso con el
dueño de tres importantes haciendas de la región, Manuel Carrillo de Albornoz.
Hay que recordar que antes de la revolución las haciendas mexicanas eran el
principal núcleo de producción y de vida en las distintas regiones del país
(además de las minas), y los conventos o congregaciones manejadas por la
iglesia, con grandes propiedades.
La leyenda no cuenta que paso con la colombiana entonces, tal vez
murió o se fue de Orizaba. Las dos hijas casadas con orizabeños tuvieron una
triste historia.
Carola de la Llave
tuvo un hijo con problemas de salud desde pequeño.
Cuenta la leyenda que se cayó de una cama alta y padeció las
secuelas de la caída. De modo que la madre tenía que viajar para buscar médicos
y atender a su pequeño, en el entretiempo el esposo se consiguió otra mujer y
la dejó plantada. El hijo luego murió y Carola termino su vida en la ciudad de
México, viviendo en Mixcoac una vida bastante miserable.
Sara tuvo dos hijas, Sara y Elena, aunque las hijas gozaban de
buena salud, el marido también se buscó otra mujer y en la práctica repudió a
su esposa. Sara huyo con sus dos hijas a la ciudad de Puebla, buscando
alternativas para su vida. Cuenta la leyenda que las disfrazó de inditas para
que no las distinguieran en el tren, y llegó a vivir a Puebla con sus pequeñas.
El padre no se quiso dejar tomar el pelo por su mujer, de modo que envío a unas
personas a averiguar su paradero y a robar a las niñas
para regresarlas a Orizaba. La leyenda cuenta que uno de los parientes del
padre era un bizco que fue el que cumplió la orden con éxito, y se metió por
una ventana a la casa de las niñas y las robó.
Hasta la fecha, las hijas de mi Tía Maria Elena hablan del bizco,
se quedó en la familia la leyenda de miedo de “ahí viene el bizco, que
horrible”. (Dice Ma. Eugenia Sordo que la historia es diferente).
No se sabe qué hizo Sara Blagborne de Carrillo entonces. Se sabe
que las niñas fueron llevadas a Orizaba y quedaron al cuidado de la abuela. El
padre se unió a otra mujer y tuvo muchos hijos, al morir la abuela las niñas quedaron viviendo en
una hacienda con poca vigilancia. El padre andaba en otra onda pues. La mayor
de ellas Sara, quedó embarazada a los 14 años, tal vez de un trabajador de la
hacienda.
Tuvo un hijo y luego de eso la casaron con un señor Barrañon no
muy distinguido, de la localidad, quien la aceptó con su hijo. Con este señor
tuvo más hijos y luego se fue a vivir a Puebla, ahí todavía vive una prima
lejana que se llama Gloria Barrañon. Más tarde algunos de sus hijos se fueron a
vivir a California EU, de jardineros y al parecer el negocio de la jardinería
les dejó fortuna. Yo encontré varios Baranon en Internet, en California.
Dado lo que había pasado con Sara, con Elena tuvieron que tomar
muchas precauciones, la mandaron a vivir a Puebla con unas parientes que la
vigilaban mucho y la hacían llevar vida de monja. Es decir, de la iglesia al
encierro y del encierro a la iglesia. A los 17 años, en uno de tantos viajes
del encierro, etc., fue vista por un abogado de 29 años llamado Eduardo Arrioja
Izunza, oriundo de Puebla que, según la leyenda, se enamoró de ella. La verdad
es que Elena se salía del común de las jóvenes de su edad. Era muy alta,
blanca, pecosa de ojos verdes y teñía una llamativa cabellera roja, que contra
la luz parecía llamarada (la flor que abunda en Cuernavaca).
Su modo de conocerse y llevar un noviazgo, fue a través de cartas
enrolladas a piedrecitas que arrojaba el galán para que llegaran al balcón de
Elena. Algunas se habrán perdido. Ella le contestaba en la misma forma, con lo
que dio paso a su espíritu soñador y le llamaba palabras en extremo cariñosas y
hacía lindos planes con él, al parecer también le escribía románticos versos.
Al año siguiente se casaron Elena Carrillo Blagborne y Eduardo
Arrioja Izunza y se mudaron a la ciudad de México, donde él comenzó a trabajar
en la política.
Lejos de realizar los sueños que ella había descrito en sus
cartas, la vida con Eduardo fue muy decepcionante para Elena. Tuvieron cuatro
hijos, la mayor Paz nacida en 1916, Eduardo en 1918, Elena en 1919 y Matilde en
1921.
Su vida intima terminó en cuanto nació el último hijo, Elena tenía
entonces 24 años (había nacido en 1897) y mantenía una enorme necesidad de
afecto. Por otra parte, poseía gran belleza y vitalidad.
Según la leyenda, es decir lo que cuenta Pacecita Arrioja, en esos
años el padre se desaparecía en ocasiones por varios días, y tenían en la
familia carencias e inestabilidad. El regreso del padre ocasionaba grandes
peleas.
Pacecita atestiguaba las peleas escondida, con el temor de que las
cosas llegaran a mayores y se agredieran físicamente.
Al mismo tiempo, cuando Pacecita era pequeña pero lo
suficientemente madura para acompañar a su madre, Elena la llevaba a distintas visitas que realizaba, a costureras o
a lugares en los que se tomaba simplemente un refresco. En esos lugares Elena
se encontraba con otros hombres, los cuales le daban dinero.
Cuando luego de ello Pacecita atestiguaba una nueva pelea, estaba
segura de que su padre iba a matar a su mamá. Tal vez en su cabeza de niña
había llegado a la conclusión de que su mamá merecía que la mataran. Por
esa época, de manera totalmente sorpresiva Elena encontró en la calle a una
mujer que no conocía, pero que se acercó a ella con actitud dulce, le preguntó
que si era Elena Carrillo Blagborne y ella le dijo que sí, entonces la mujer le
dijo: Elena, yo soy tu mamá.
A partir de entonces Elena incorporó a su vida un elemento que
nunca había tenido, la relación con su madre. No se sabe si esta relación fue
amorosa, o tal vez era una en que su madre solamente le pedía ayuda, pues se
encontraba en situación bastante pobre.
Con el tiempo las cosas siguieron mal, y Elena se armó de valor
para dejar a Eduardo e irse a vivir con su madre.
A ese punto su hijo estaba estudiando en la universidad en México
y las hijas decidieron quedarse con el padre, con quien se fueron a vivir a la
ciudad de Tehuacan, Puebla, en donde Eduardo Arrioja Izunza había sido nombrado
juez y notario público.
Para ese entonces Paz Arrioja Carrillo era la novia de Fausto Sordo Castañares, quien venia de una familia española
acomodada y muy conservadora. Con el tiempo fue el propio Fausto quien
convenció a Elena para que regresara al lado de su familia. La razón que tuvo fue
egoísta, por su calidad de hija de padres separados la familia Sordo Castañares
no daba el permiso para la boda de Fausto con Paz.
Elena seguía siendo muy guapa a sus cuarenta y tantos, Fausto
comentaba que cuando paseaba por la calle con su novia, Paz, y su futura suegra
le desconcertaba mucho que los piropos y las atenciones se las hicieran a su
suegra.
Entonces Eduardo Arrioja Izunza había sido nombrado magistrado de la Suprema Corte de
Justicia, en la ciudad de México, un puesto de prestigio y con un sueldo bueno.
Ello les permitió instalarse en el Paseo de la Reforma , en un edificio
decente, de donde salieron todos sus hijos para casarse.
Paz se casó en 1941, Eduardo en 1943, Matilde y Elena en 1948. Al
año siguiente, en diciembre de 1949 falleció Elena, por una embolia a
consecuencia de una intervención, padecía cáncer en el colon. Tenía 52 años.
Cuentan de ella que le gustaban los perros, que era de carácter
dulce, que cocinaba muy bien, que escribía versos. Según una libreta de notas,
asistía a clase de gimnasia y compraba kotex, es decir, que no había pasado la
menopausia.
En una carta que encontré de ella, dirigida a Paz Arrioja, le
cuenta sobre mi persona, Victoria Sordo Arrioja. En ese tiempo era pequeña y
vivía con ella. Le cuenta que era una niña muy despierta, que conocía por su
nombre los personajes de los monitos del periódico (las caricaturas que
aparecían en el Excèlsior los domingos), que me gustaba cantar y que era
graciosa para cantar y bailar agarrando el borde de mi vestido. Que a ella le
decía mamá y que en la calle la gente pensaba que yo era su hija. Que mi único
problema era el estreñimiento, pero que me hacían un puré de manzana con
ciruela según una receta de la
Nona. Que le iba a entregar buenas cuentas al regreso de Paz
Arrioja, con una niña sana y feliz, el único problema era que se le iba a
partir el corazón y que se iba a morir.
Así lo hizo, el 16 de diciembre de 1949. Ésta Victoria Sordo tenía
entonces 6 años.
Eduardo Arrioja Izunza murió tres años después, por un atropellamiento
en la avenida Chapultepec, sobre eso escribí un cuento que se llama: La muerte
del abuelo.
Esto es lo que me cuenta la leyenda y lo que yo analizo.
Anexo.
Manuscrito encontrado en una libreta.
Autobiografía Paz Arrioja (1916-2002)
Nació en la Ciudad
de México en una época en la que el cielo era de un azul purísimo y el aire
limpio, sin un tráfico demasiado denso, en el seno de una familia burguesa de
la clase media, formada por tres hermanos, dos mujeres y un hombre, Ma. de la Paz (tachado) Carolina era una niña despierta y alegre, de grandes ojos castaños
poblados de largas y rizadas pestañas, nariz pequeña y fina boca de labios
regordetes, pronta a la risa, enseñando unos dientes blancos y parejos; alta y
esbelta con largas y finas manos, el pelo negrísimo destacando sobre la
blancura de la piel. Su mayor encanto residía en sus ojos luminosos que
hablaban de lo que tenía dentro en ese momento, sin que pudiera evitarlo.
Su padre era un político de altos vuelos, esbelto y bien parecido,
también de grandes ojos y pelo negro. Padre consentidor para los hijos pero
pésimo marido por su debilidad por las mujeres de mala nota y bares elegantes
que frecuentaba en compañía de sus muchos amigos de la política.
La madre era una hermosa mujer trece años menor que su marido,
alta, blanca y rubia con bellos ojos verdes, con un carácter suave y dulce;
enamorada de su marido sufría cuando éste no llegaba sino a altas horas de la
noche, o no se aparecía por la casa en varios días, llegando después cargado de
golosinas y diciendo que había tenido que ir a una comisión a Toluca o a algún
otro sitio más alejado de la capital.
Esta situación familiar inestable no apagó la alegría de vivir de
Carolina, la que a los ocho años su madre, que era veinte años mayor, tuvo que
enterarse que ésta tenía un amante, porque su madre la llevaba a cenar y al
cine (algo tachado aquí) con él, tratando así de cubrir la situación, con la
niña junto, por si alguna persona conocida las veía en los diferentes lugares
que frecuentaban.
Carolina, con su espontaneidad, y un deseo innato y profundo de
amar y ser amada, sin conocerlo aún, pronto sintió cariño por ese hombre bien
vestido y que olía bien y era afectuoso con ella. Además de que se divertía con
la sensación de que su madre la prefería a ella como compañía en lugar de a sus
hermanos.
Pasaron dos o tres años en esa situación, hasta que ésta empezó a
ponerse tensa y a que el padre a pesar del poco tiempo que pasaba en el hogar,
empezó a tener sospechas.
Las recriminaciones y disgustos menudearon y a Carolina la
afectaban porque quería mucho a sus padres. Empezó a sentirse triste y
retraída, a veces buscando un lugar solitario sentía encogérsele el corazón y
grandes lagrimones apagaban la luminosidad de sus ojos. Sentía temor, miedo de
algo intangible que pudiera destruir su seguridad. Siempre fue hondamente
imaginativa, cuando se acercaba el día de su Primera Comunión solía subirse a
la azotea de la casa y veía palpablemente a Cristo que se le acercaba y le
hablaba, se quedaba arrobada y tardaba mucho tiempo en bajar hasta que la
volvían a la realidad las voces de su madre o de las sirvientas llamándola a
cenar o a hacer sus deberes escolares.
Los momentos de temor pasaban pronto y sus angustias y penas se
borraban inventando múltiples juegos entre sus muchos amiguitos que formaban
una pandilla en la que siempre sobresalía por su entusiasmo de vivir.
Estando su hogar tambaleante tuvo la encontrar uno estable en la
casa de su madrina, tía suya (paterna), que la quiso mucho y a la que Carolina
adoraba. Todos los viernes, a la salida de la escuela, llena de entusiasmo
arreglaba una maletita con muy pocas cosas para pasar el fin de semana en casa
de su tía. La llevaba una costurera buena y amable que cosía dos días a la
semana en su casa y tenía un cuarto permanente en casa de su tía “Esther”, esta
maravillosa mujer, serena, amable y caritativa, hizo honda huella en Carolina
para el resto de su vida; en su casa se respiraba amor, paz y tranquilidad.
Tenía tres hijos que crecían con una gran estabilidad emocional y un marido
que, a diferencia de su padre, todas las noches a las siete en punto metía el
auto de regreso de su trabajo. La tía se ponía a tejer y el marido a leer el
periódico mientras los chicos hacían su tarea de la escuela y las
sirvientas preparaban la cena.
En esa casa no había jamás disgustos porque la tía siempre estaba
pendiente de complacer a los suyos, de los que formaba parte Carolina esos
fines de semana.
La enseñó con gran paciencia a tejer, a coser y bordar, siempre
serena y bondadosa. Carolina como una esponja absorbía ese ambiente y se sentía
saturada de felicidad, para que la vida tenga una elevada y honda calidad. No
obstante, añorar los fines de semana, tenía el don maravilloso de acoplarse a
diferentes ambientes, dándose toda ella (si fuéramos a creer en la astrología
diríamos que podía integrarse completamente, por haber nacido bajo el signo de
Piscis, los Peces) y también regresaba con gusto a su familia, sus amigos y su escuela.
La situación de su casa no cambió: el padre pasaba temporadas
fuera y todo se tranquilizaba, poniéndose tenso nuevamente a su regreso, lo que
inquietaba grandemente a la niña, sin que ello abatiera su pujente juventud.
En la casa no se hablaba de divorcio, ya que hubiera sido muy mal
visto en su medio social, las mujeres divorciadas eran estigmatizadas por la
sociedad, lo mismo que los hijos, por lo que muchas parejas, a pesar de no
existir ya el amor, seguían atrapadas en un matrimonio sin ilusión y sin
satisfacciones. Pasaron los años y Carolina se fue convirtiendo en una
atractiva mujer en la que chispeaba en sus ojos la alegría de vivir. Cosa
natural, tuvo muchos enamorados que le enviaban flores y regalos y le llevaban
serenatas bajo los balcones de una grande y hermosa casa que su padre había
comprado en una elegante colonia.
Así conoció a varios hombres que más adelante tendrían gran
significación en su vida, entre ellos el que sería su marido y padre de sus
hijos.
Como era inquieta y alegre le gustaban las fiestas y éstas se
menudeaban (sic) con el apoyo de su padre, que contrataba los músicos y
contribuía económicamente a los gastos. Muchos matrimonios de hombres que
después tendrían fama y fortuna se iniciaron e esas reuniones.
Sus hermanos y ella proseguían sus estudios en buenas escuelas
adonde aprendieron primordialmente a hablar el inglés.
Carolina tenía grandes deseos de entrar, con el tiempo, a la Facultad de Filosofía y
Letras ya que desde niña le gustó mucho la lectura y sobre todo le interesaba
el conocimiento de hombre en sí. Leía cuanto libro caía en sus mano, desde
cuentos infantiles, de aventuras, hasta libros prohibidos por sus padres y que
ella sacaba a escondidas de la biblioteca y se los llevaba a un rincón de la
azotea.
Así leyó desde casi niña a Máximo Gorki, Dostoievsky, Tolstoi,
Archivachev del que le fascinó Zanim (la historia de un joven sentimental e
idealista que era un anarquista furibundo); pasando por los clásicos españoles
y filósofos griegos. Esta fascinación por la lectura no había de abandonarla
nunca.
No llegó a entrar a la
Facultad de Filosofía y Letras ya que antes de cumplir los 17
años conoció a (tachado) Armando, con el que habría de casarse.
Este era apuesto y varonil, fuerte físicamente pero sobre todo tenía
una gran cualidad humana, tierno y amable con Carolina, apasionadamente
enamorado, era asimismo bueno para los demás.
(Aquí termina el manuscrito)
Notas de la tía metiche:
El abuelo materno tenía muchas cualidades, pero nunca fue político
de altos vuelos ni nunca tuvo una casa grande y hermosa en una de las mejores
colonias.
Vivieron siempre en casas o departamentos rentados. Eran de
mediana calidad. Hay una foto de la abuelita con un perro en una casa que está
al fondo de un patio, que compartía con otras casas. El patio se ve sencillo y
sin pretensiones.
De niña vivió en la calle de Turín en la colonia Juárez, cerca de
un mercado (hoy estación Chapultepec del Metro). Luego en la calle de Yucatán
en la colonia Roma. Después se fueron a vivir a una casa rentada en la
ciudad de Tehuacán, Puebla. De regreso vivieron en un departamento (interior)
sobre paseo de la Reforma.
Era un edificio de clase media.
1 comentario:
Soy decendiente de Manuel Carrillo Iturriaga (también escrito Yturriaga). Mi biz abuela fue Guadalupe Limón (la segunda esposa de Manuel Carrillo Iturriaga). Mi madre me dijo que mi abuelita Guadalupe Carrillo Ortega tenia dos medio hermanas mayor (Sara y Graciela Elena Carrillo Blagborne) y que mi biz abuelo envuido antes de casarse con mi biz abuela. Me hablo de la casa donde vivieron en la cual se quedo el Presidente Francisco Madero cuando visito a Orizaba. Llevo a cabo los records de la familia. Mi mama me dijo que una de las media hermanas de mi abuela se caso con el dueño de el Hotel Ritz en Mexico DF. Busco información de la familia ya que Sara y Graciela Elena fueron familia.
varenasortega@gmail.com
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