jueves, 30 de enero de 2014

Lobos


Cuando Ana llegó a la escuela, nunca imaginó el día que le esperaba. Su peor preocupación consistía en haber omitido la tarea de matemáticas, cuando escuchó un ligero barullo en el fondo del salón de clase. Entretenida en los ejercicios de caligrafía, no se molestó en mirar hacia atrás, hasta que la maestra dio un grito capaz de estremecer al miedo mismo y corrió fuera del aula.

Cuando las estudiantes de primero de primaria se dieron cuenta de lo que pasaba, algunas se quedaron llorosas en su asiento, otras gritaban aterradas sin saber hacia dónde moverse. Ana tomó a Gaby (su mejor amiga) de la mano y salieron juntas del salón, dando pauta al resto de las niñas.

Para su sorpresa, no sucedía sólo en “primero A”,  todas las estudiantes evacuaban sus salones. El tránsito se estancaba en el pasillo y los nervios creaban un hedor escalofriante. Poco a poco se acercaba el gruñido, cada vez más amplificado, como un coral a cientos de voces.   

Gaby y Ana no perdieron tiempo, aprovecharon su tamaño para colarse entre la multitud de niñas y bajar rápidamente las escaleras. Lograron abrirse paso hasta el patio y, tras de ellas, una de las monjas cerró la reja que bloqueaba las escaleras, dejando al resto de las alumnas atrapadas arriba.

La madre superiora, las maestras y niñas que bajaron a tiempo sintieron enorme alivio en el patio de la escuela, pero muy pronto se dieron cuenta de su error: De atrás hacia delante, todas aquellas que Ana conocía en la escuela, desde la maestra de inglés hasta la directora se estaban convirtiendo en lobos. El conserje abrió el portón y salió huyendo despavorido. Ana y Gaby lo siguieron en su carrera.

Lamentablemente, no terminaba todo en la escuela. Por las calles también corría una turba y hasta los hombres en sus autos se estaban transformando.

Las dos pequeñas corrieron sin parar entre el tumulto, hasta que un hombre se abrió paso entre ellas, obligándolas a separarse. Gaby quedó un paso atrás de Ana e inevitablemente se volvió lobo.

Ana siguió corriendo desesperadamente, triste, aterrada. Sabía que tres cuadras más adelante encontraría la salvación en su apartamento. Ya se imaginaba subiendo por el elevador hasta escudarse en los brazos de su madre.

Se escuchó un eco retumbando por toda la ciudad, luego un pequeño ensamble de gritos humanos, devorados por un feroz rugido.

Ana prefería no mirar atrás. Cuando llegó a su edificio, la puerta del lobby estaba entre-abierta y la cerró tras de sí, evitando que entrara la gente de la calle. El elevador estaba atascado, así que, tomando un par de bocanadas de aire, subió corriendo por las escaleras, con el cuerpo cansado y el corazón taladrándole el pecho. Seis pisos arriba, completamente agotada, golpeó la puerta del apartamento 602. Poco tardó en descubrir que no estaba cerrada con llave y giró la perilla entusiasmada.

No pudo sentir ni desconsuelo, pues su madre le aguardaba tras la puerta, convertida en un lobo hambriento.

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