miércoles, 12 de diciembre de 2018

Accidente Charlestón

Son las 3 de la madrugada, como siempre que me despierto así. Mientras dormía sentí agitarse mi respiración, tenía miedo... me repetía “respira profundo” una y otra vez desde la conciencia; era esta ansiedad que ya estoy tratando con antidepresivos leves, que había disminuido haciéndome pensar que estaba al fin “curada”. Y viene un día como hoy en que escucho mis pensamientos abrirse como lata de refresco, dejando salir el gas, trayendo descompresión y ¿por qué no?, un poco de  desesperación ... se agolpan a salir como burbujas sin control todas las emociones contenidas de horas, días, semanas atrás... para juntarse catastróficamente en un solo trago que sabe picante y se atora en la garganta, como si tuviera miedo de resbalar suavemente y se detuviera a 20 uñas, porque es el maldito trago que, como yo, sufre una crisis existencial y mientras todos los demás tragos disfrutan deslizándose, este siente que al llegar al estómago y mezclarse con los jugos gástricos perderá su identidad, aquello que le permite identificarse como trago y es de hecho una forma de muerte.
No todas las emociones que me desbordan son malas. De hecho hay una enorme ilusión. Siento amor bello, intenso, deseo de crear nuevos proyectos y miedo de no llegar a realizarlos...
En mi sueño ansioso mezclaba una sensación de libertad, ilusión, charlestón y la muerte atravesada, pasándose por el arco del triunfo todo ese anhelo, no dejándolo ser.
Con la voz semiconsciente rezo entre ensoñaciones, digo: “dios, permíteme suficiente vida para hacer esto”, pero se mezcla con un sentimiento de culpa, de indignidad, de no deber pedir para mí. Pido perdón por mis faltas, por mi egoísmo, luego mis oraciones se difuminan con un segundo plano donde escucho música divertida de rock?, me visto para cantar algo de los 20s, tengo una pluma en la cabeza, guantes largos y una sonrisa grande. Veo a Mikel del otro lado de la calle y lo amo. Quiero correr, cruzar la calle hacia él y pasa el accidente. No es a mí, no soy yo en el sueño, pero hay siempre la amenaza.
Aún dentro del sueño reflexionó la sutil similitud con la otra Ana...
[En un viaje a Durango con el Coro de Cámara nos invitaron a una cena y me quedé especialmente con dos recuerdos: el delicioso Mezcal que me dieron a probar y el viejito de la casa, que me parecía tan familiar. Al principio de la velada, cuando nos presentamos, me tomó de la mano fuerte y me dijo: “Ana, Ana... Bolena, Ana... Karenina, Ana Frank...”, quizás para enmarcarme entre Anas famosas, pero en mi corazón sonó a maleficio, porque fueron los nombres de Anas trágicas, condenadas, incomprendidas, Anas que murieron jóvenes; flores frágiles arrancadas de raíz]
Veo entonces a la mujer que corre cruzando la calle, feliz, emocionada, un poco divertida de pensar que el peligro quedó atrás y no puede ver que el metrobús a toda velocidad la espera más adelante.
 [La situación me recuerda una tarde curiosa en que intentaba explorar las creencias de mi amante, quien gustaba de consultar el oráculo del I Ching  y como Edward Bloom, se me ocurrió divertido preguntar cómo iba a morir. La respuesta fue muy extensa y ambigua, como todos los oráculos, y aunque me apena aceptarlo, muchas veces la tengo en cuenta, por supuesto, medio borrada y a conveniencia pero decía algo así: En el mejor momento de mi vida, cuando haya conquistado el éxito voy a sortear un gran peligro y cuando sienta que lo he superado por completo, miraré hacia atrás, quizás regodeándome por un momento y entonces... sucederá mi muerte. Siempre pensé que sería un accidente de auto o una enfermedad como el cáncer, pero claro que esa descripción puede adaptarse a cualquier cosa. Puede ser incluso una muerte metafórica o literal. Puedo mirar hacia atrás como un recuerdo, como un remordimiento o simplemente mirar el retrovisor.... puede ser fácilmente cualquier cosa y de hecho, miro hacia atrás todo el tiempo. Soy de naturaleza nostálgica y me fascina encontrar en el pasado la felicidad. A veces pienso positivo y encuentro que esta predicción me promete un clímax, y eso significa que hay algo más intenso y bello aún por vivir; pero cuando se apodera de mí el duende pesimista, temo conocer mayor felicidad o éxito del que poseo porque me acercaría inevitablemente al odioso final. De un modo inconsciente me ha hecho sentir enorme ansiedad sobre los momentos intensos y conmovedores de mi vida, me obliga a debatir internamente entre buscar o no ese clímax y rehuír al gran éxito... pero si los oráculos fueran verdad, como en la tragedia de Edipo, busque o no, huya o no, pasará lo que tenga que pasar.
Este semestre tuve una experiencia conmovedora como maestra. Tuve el mejor grupo que alguien pueda desear. Hicimos en jueves temáticos travestismo, héroes, pijamas, halloween... hicieron juegos de mesa y composiciones de trabajo final. Los hice y me hicieron abrazar nuestro potencial, pude a través de ellos emocionarme nuevamente por mi labor, por mi vida. Los amo y los voy a extrañar intensamente. La última clase me dejó el sabor de “nunca será mejor que esto” y hasta ese instante recordé que terminaron su ciclo conmigo y no volverán a ser mi grupo... Me abrazaron, me dijeron que mi clase era su clase favorita y fui tan feliz, que juré en ese instante me caería un rayo y terminaría con mi vida, porque ¿qué chingados sigue de eso?
Hace unos seis meses, cuando comenzaba mi crisis de ansiedad generalizada vi la serie Merlí y me daba paz, me hacía saber que ese es el tipo de docente que he buscado ser siempre... alguien que trascienda el aula y provoque curiosidad no sólo por una materia, sino por la vida. Cuando estaba viendo el final, me dio tal ansiedad que casi me desmayo. “Eso que quiero hacer lleva a la muerte”, sentí, a dejar de ser una vida para pasar a ser un símbolo en la vida de otros... un poco como es Meri Blunno para mí, quien no lo supo, pero me llevó a encontrar la llave del candado en mi mente. Con lo que aprendí, con esa curiosidad renovada, pude escapar de la casa de mi padre, entender que tenía derecho a dejarlo y estar en desacuerdo. Me salvó la vida en cierto sentido y ni siquiera al final pude agradecerle, pero si le dije que la amaba... el caso es que Meri para mí es una santa, es un símbolo de fuerza, de lucha, de libertad, de poder femenino, pero también de su costo. Pocas veces es sólo una mujer bella, de carácter endemoniado, madre de mi amigo, sensual, sexual, con sus errores, humana... La mártir y hermosa Santa Meri será siempre en mí luz, la llama.
Pero no me partió un rayo. Sigo viva hoy y no sé para qué, para seguirla cagando me imagino... pero “you have to loose to know how to win” o algo así dice Steven Tyler y "dream on".
En fin. Ya es de mañana y hablando con mi madre sobre el accidente que presenciamos, dice que todos tenemos nuestra raya, mejor morir rápido que lento y me mostró una bella tarjeta que obsequiaron mis padres como detalle cuando nací y dice: ¿Para qué vine al mundo? Ustedes son el motivo. ¿Cuál es mi misión? Entre ustedes la encontraré. Y en verdad creo que más allá de nuestros fines y sueños egoístas, venimos para el servicio de otros. Mi misión... no tengo ni puta idea.]
Anoche fui a comprar un vestido para el show de Año Nuevo en el que voy a cantar un repertorio estilo Nueva Orleans. (¡Este evento me tiene súper emocionada! Primero, porque voy a cantar un género distinto a lo clásico y la expectativa me refresca, me encanta poder expresarme mucho más libremente, de forma más juguetona y segundo, porque el pianista que me invitó es Lalo Ibarra y es invidente. Parece absurdo, pero el hecho de que sea invidente me llena de una felicidad profunda, porque por primera vez en toda mi carrera, sé que si me invita es porque verdaderamente le gusta mi voz, porque es puro oído y cómo me vea carece de importancia)  En lugar del vestido encontré una blusa con flequillos que parecía perfecta y llena de emoción caminaba de vuelta a casa de mi madre, cuando el cansancio de los pies nos desvió hacia una cafetería. El sonido de las sirenas (que siempre me recuerda a la canción de Pearl Jam) atravesó mi ingenua felicidad por un instante y vi por insurgentes el metrobús con el vidrio estrellado. Un choque pensé, cuando más adelante en el mismo carril me topé con la imagen de algo, que fuera alguien alguna vez... en un charco de sangre y tal como hiciera en la película de dos noches atrás, dije “¡Ay No!” Ente sollozos y me tapé los ojos. Mi mamá me protegió como si fuera una niña. Me abrazó y me señaló al otro lado de la calle un arbolito de navidad 🎄 “mira las lucesitas, no voltees hacia allá”. Lloré y recé por el cuerpo, por el conductor del metrobús que se veía muy angustiado, o al menos el tipo que vi dentro del metrobús se veía angustiado... no se si era el chofer, porque afortunadamente no vi cuando pasó, pero temí por mi, por mi ansiedad. Me pregunté, como dijo mi psiquiatra la última vez que platicamos: ¿qué es realmente lo que no quieres ver cuando te cubres los ojos?¨ Y las respuestas desbordaron mi cabeza. Traté de no entrar en pánico, de dejarlo pasar y pude. Me tomé un chocolate caliente con rosca de reyes, platiqué con Bobby y seguí un poco como si nada, hasta que apoyé la cabeza en la cama y como sabes, tu mente completa los pedazos faltantes de una imagen y la recrea a veces peor de lo que fue... con filtros que cambian de tono la sangre, saturando su color escarlata o ensombreciéndolo hasta que puedas ver reflejado en él el brillo de las lucesitas del árbol de  navidad y quise saber qué pasó en realidad. Busqué en las noticias y los hechos son: mujer de casi 40 años cruzó corriendo la calle y parecía librarse de los coches y no vio el metrobús que la atropelló.
Ayer crucé por ahí al menos tres veces. Tengo casi 40 años... en mi sueño estoy vestida para bailar charlestón y corro emocionada para abrazar a Mikel, se agita mi respiración, soy feliz, escucho Dixieland a lo lejos... es otra vida, es esta vida mezclada con la otra. Estoy apunto de llegar y pasa el metrobús atropellándome en otro cuerpo, con otras ilusiones, alguien que corre divertida y la ve cerca... se detiene, mira hacia atrás para regodearse un instante y luego no la ve más. Om mani padme hum. Requiem Aeternam.
Muero y al morir trasciendo todos mis amores... en esta vida no tuve alumnos, tuve hijos; no tuve amigos, tuve hermanos... si te conocí  y no te odié, te amaba. Si te odié fue porque te amaba también, pero no obtuve de ti esa calidez recíproca.
Si hoy me lleva el metrobús en mi último viaje quiero decir que no te amé menos por amar a alguien más, que lo que vivimos siempre fue especial para mi... como dije, soy naturalmente nostálgica y recuerdo en un altar cada momento que tuve la gracia de compartir contigo. Mis lunares son como tatuajes que representan los instantes que pudimos tener juntos, que sí tuvimos o tendremos en el laberinto de mi mente. Te amo de forma imperfecta, de forma egoísta, abstracta. Claro, no entiendo todo de ti y lo lamento. Te amo y está más presente en mí Ágape que Eros, aunque los siento convivir tantas veces como espinas del mismo zarzal.
Me encantaría tener suficientes vidas para conocer y comprender a fondo a los seres que amo, para compartir con ellos el resto de mi vida sin sentir que por ello abandono a todos los demás. A veces quisiera partirme en pedazos y darle un cacho de carne y sangre de mí a todos los que amo... más que como símbolo religioso, como símbolo de una parte de mi vida (que en el fondo pienso, era la verdadera intención de Jesús).
¿Qué es lo que no quiero ver entre fragmentos del accidente, las luces del árbol y el charlestón? Que sólo tengo una vida y que tengo que elegir (me pesa elegir) y por ende, descartar todo el resto de las opciones y me voy a morir innegablemente sintiendo que no viví lo suficiente, con sueños por cumplir. Dejaré atrás gente por la que no pude entregar mi vida... y es frustrante. ¡Fuck!
Es la 1 de la tarde y no sé si lo que no quiero ver es que sí quiero ver, es que sí tengo un poco de ese morbo que juzgo, que si no veo, imagino de todos modos. No quiero ver que es terrible, pero en el fondo no me importa tanto. Mírame, puedo seguir viva sin importar que Paul ya no está, sigoadelante sin Dexter y Choncha y Pablo y Liz y mi mamá y Mariana y Jimena, Fátima, Emmanuel, Mike y mi papá... unos más vivos que otros, pero igual me hacen falta; igual los vivo como si la distancia fuera una pequeña muerte y cada despedida es como un pequeño asesinato para mi.
No quiero pensar más por ahora, dar tantas vueltas me tortura. Quiero Charlestón, bailar, dejarme ir, lucesitas del árbol de navidad, cantar, un Año Nuevo renovado, más flow y menos límites, más acción y menos ansiedad. Quisiera aprender a vivir más cerca y con menos apego, poder amar y seguir conectada a la distancia... sin que casa adiós sea el símbolo de un asesinato o un suicidio.

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