jueves, 12 de septiembre de 2024

                                                    


    Una mañana me soñé en un ambiente cálido, era un lugar con mar, todo en colores pasteles, verdes y amarillos. Yo habitaba el cuerpo de un hombre joven, larguirucho y flaco, ligeramente encorvado.
    Hacía una exposición de poesía. No era una lectura, era un acomodo visual de palabras en la pared que se complementaba con títulos de libros en un estante, mensajes en macetas, carteles en caballetes, palabras circuladas en revistas y flyers publicitarios. Era un cuarto amarillo, luminoso y había plantas que subían como enredaderas por la pared. 
    La había hecho como homenaje a un poeta que amado mío, como respuesta a su última obra literaria.     Un día él apareció afuera de mi estudio. Me hacía muy feliz verle. 
    Lo invité a pasar pero miró su reloj, indicando que tenía que estar en alguna parte. Me dijo que había ido a mi exposición y la había disfrutado, que mi obra no llegaba hasta el hueso, sólo acariciaba la superficie a diferencia de la suya, pero era una buena respuesta... lo que me generaba una mezcla de sentimientos que se escaparon entre mis dientes en la forma de una risilla condescendiente, opacando el furor de mi indignación cubierta por el orgullo de recibir su pequeño halago. 
    Esa risa me dejó ver que así había sido siempre. En ese vaivén de emociones podía resumir nuestra relación, un poco adictiva, porque tratábamos de salvarnos mutuamente del dolor, de lo mundano, de la monotonía; nos desaprobábamos hasta el cansancio y todo terminaba con un guiño, como signo de aprobación velada que no se daba de ningún otro modo. 
    Él miró de nuevo el reloj y suspirando me abrazó. Nos quedábamos un buen rato intercambiando calor en el abrazo... quise acercar mi boca hasta sus labios, pero estábamos afuera y él me bloqueaba, abrazándome más fuerte. 
    Luego sentí que aflojaba el cuerpo entre mis brazos, dándome la impresión de que quería separarse del abrazo y cuando estaba por dejarlo ir, me abrazaba más fuerte. Me sentí confuso, pero a la vez, encantado de escuchar su latido al unísono con el mío. No éramos fáciles, pero él me entendía y yo a él. 
    Entendí también sus razones, cuando me dijo que no podíamos vernos nunca más. Su situación era complicada y me sonrojé por la vergüenza que acompaña a la culpa.
    No podía olvidar, aunque intentara en el hervor de la sangre, que una mujer de ojos serenos y una niña pequeña lo esperaban a cenar.
    Sabía que era lo mejor para ellos y sin duda, a la larga, sería lo mejor para mí también, pero en el momento que lo vi darme la espalda y caminar hacia la calle sin segundas últimas miradas, en mi interior se libraba una batalla: ¿lo amaría pese a todo o lo odiaría por dejarme? 
    Apreté los puños y lo odié, porque sólo se puede odiar a quien más se ama y no puede amarte como te gustaría.


sábado, 20 de abril de 2024

Casa Propia


 

Quiero una casa propia, un lugar seguro con vista inspiradora, rodeado de naturaleza y cerca de un lago, donde no sólo siembre árboles, o los vea crecer, sino reciba sus frutos.

 

Una casa a mi nombre rodeada de rosas imperecederas, con enredaderas escalando la fachada, con flores que perfumen la primavera.

 

Quiero una casa propia con un huerto, un horno para el pan y otro para el barro, donde mis manos alimenten a los míos, a los suyos y los extraños.

 

Una casa propia, donde una tina caliente me espera al terminar la semana para limpiar mis pesares, la energía gastada en la creación, donde vengan más y más ideas, donde las lágrimas se vayan por el desagüe y desahoguen mi espíritu de tanto en tanto.

 

Quiero una casa propia, con cocina grande para alimentar a mis seres amados, para compartir los frutos de la abundancia y plenitud, donde contar historias y leer juntos, donde crear magia para el paladar y para el alma.

 

Quiero una casa propia, con cuatro recámaras al menos,

una para el sueño, otra para la inspiración,

otra para mi ser amado o nuestros hijos,

la cuarta para recibir a algún viajero, para recibir a una hija, a un amigo que comparta el maratón nocturno, el juego, la plática que se extiende y no termina hasta llegar la madrugada.

 

Quiero un ático o un cuarto oculto, para llenar mi vida de misterio, para honrar mis sueños y quizá encontrarme con el fantasma que lo habita.

 

Quiero una casa propia, con un columpio y una fuente, el columpio para mi niña interior que constantemente se balancea, y la fuente para calmar mi mente y darle flujo al pensamiento.

 

Quiero una terraza para subir a beber y ver el cielo de noche con lucecitas para adornar mis melancolías.

 

Quiero una casa propia para que ella espere en lo que salgo de aventuras. Quiero una casa que vele mis sueños y guarde mis secretos.

Una casa propia para poder volver si me voy un día.

Para volar más libre, libre de irme y conocer el mundo, libre de regresar a puerto seguro.

 

 Quiero una casa propia para que nadie amenace con echarme a la calle, para que nadie vuelva a obligarme a hacer algo que no quiero por el temor de que pudieran correrme, para que nadie pueda nunca ponerme una escoba tras la puerta.

 

Quiero una casa propia para que nadie pueda condicionar mi cobijo, para tener un refugio de la jornada, para amar sin obligación de amar a cambio de morada.

 

Quiero una casa propia para cobijar a los míos y sentirme cobijada, para no tener que dejar la vida en pagar la renta, para no morir ganándome la vida.

 

Quiero tener una casa propia como quien busca los brazos de la madre. Quiero ese dulce consuelo por una vez sólo para mí y que sea tan mía que ningún padre, padrastro, dios o hermano puedan de mí apartarla. 

 

Quiero una casa a mi nombre donde nadie pueda condicionarme la vida o la muerte, donde pueda ser yo sin adaptarme al ambiente, quiero que el ambiente se adapte a mí por una vez, que me refleje y me cobije amorosamente.

 

Quiero tener una casa a mi nombre, porque con una casa propia, me vuelvo reina de un pedazo de tierra y he de tener poder, mandato y autoridad sobre esta pequeña vida mía, que pareciera que en ningún otro lugar me pertenece.

 

Quiero una casa llena de cantos, de noches de película, de sueños milagrosos.

 

Quiero tener una casa propia donde mis perros puedan correr libremente, donde mis gatos trepen árboles y nadie ose levantarles la voz, donde nadie sea recibido sin invitación, pero se inviten a los seres más extraordinarios, donde mis hijos aprendan del amor, del arte y de la tierra. Donde la familia tenga un significado diferente.

 

Quiero tener una casa a mi nombre que en un ala del jardín tenga un pequeño cementerio donde puedan descansar en paz mis animales compañeros.

Donde se escriba en epitafios la historia de cada una de mis mascotas, sus apodos, sus vicios y enseñanzas, donde pueda limpiar sus tumbas y llevarles mis ofrendas.  

 

Quiero una casa propia que decorara mi gusto, donde pueda pintar las paredes del color que me apetezca según la temporada, donde pinte murales y pueda colgar cuadros donde embellezcan el espacio, no donde los inquilinos anteriores habían dejado clavos.

 

Quiero una loza lisa donde patinar y un piso de madera donde deslizarme en calcetines.

 

Quiero una casa propia donde vivir y escribir historias fascinantes, donde la sombra de mi pasado se desdibuje en la desnudez, donde me deslice auténtica por cada recoveco, donde encuentre un Edén que cierre las heridas, llene las grietas, donde mis gritos de alegría y pasión impregnen con su eco cada muro.

 

Quiero una casa a mi nombre con chimenea a la mitad de la sala, para reunirnos en su calidez a contar cuentos, a quemar bombones, a cantar, a calentarnos.

 

Quiero una casa propia para contener mis fantasmas, para encontrarlos en paz y dejarlos descansar.

Quiero una casa propia para que cuando muera mi alma en pena no ande errante, tenga un lugar al cual volver, dónde espantar y aparecérmele quizás en sueños a otra yo, desde el mismo ático de aquella dulce-amarga pesadilla recurrente.