jueves, 12 de octubre de 2017

Volver a Terapia

Volver a terapia es siempre un consuelo... es como el pensadero de Dumbledore, como un confesionario donde no hay penitencia... ¿o sí? Bueno, sí hay una enorme penitencia: un nudo de emociones por desenredar, un mundo de pensamientos que dejar ir.
Si tengo un mecanismo de defensa es la racionalización, es cuestionarlo todo y buscar la explicación más razonable a todo, tratar de explicarme hasta por qué me cuestiono en el momento que cuestiono...
No sé vivir sin ese escudo... es mi defensa de la locura, de sentir demasiado profundamente los dolores. Dejarlo ir es perder el orgullo que me da la fuerza, es sentirme indefensa y con una necesidad desesperada de ser amparada por alguien más que yo misma, es perder el impulso casi instintivo de proteger a todos los que me rodean y exigir esa protección que nunca tuve.
Ir a terapia nuevamente es volver a estar confundida, darme cuenta de que todo lo que creí resolver más bien lo he dejado pendiente y he puesto capas y capas de cosas por hacer, gente y animales por proteger o entretenimiento encima de mis heridas para no sentirlas supurar.
Los absolutos no existen y mi búsqueda de certeza ha sido implacable... yo soy Tomás, el discípulo escéptico, el que no puede creer sin ver por miedo de ser engañada otra vez, por miedo de que se me cuente la historia más bonita para protegerme del dolor. Siempre he preferido el dolor a la incertidumbre, a la duda... después de un tiempo las historias bonitas me resultan dudosas y aunque sean ciertas, las vivo con terror de descubrir su falsedad... ya la espero con anticipación para amortiguar la caída.
Y sí, todo esto es racionalizar mis emociones, es filtrarlas por medio de la comprensión racional...
Pero ¿quién soy si pierdo la razón?
¿Qué dolores pueden sobrevenir al abrir la puerta de la vulnerabilidad? ¿Qué clase de persona sería si dijera todo lo que siento? Si de por sí siento un chingo y es abrumador para la gente que me rodea, o les importa un comino.
Sí, mi penitencia es el miedo.
He sido siempre incapaz de meditar, de poner la mente en blanco.
Si no tuviera el filtro de la razón estaría metida en millones de sectas religiosas... hubiera ido ya a cincuenta juntas de los testigos de Jehová, practicaría espiritismo, santería y vudú... sería creyente de las hadas y los chaneques... recorrería las calles de noche en busca de un vampiro, le escribiría a Josh Turner para invitarlo a salir y me demolería que no respondiera mis mensajes... sufriría ataques de ansiedad hasta sus últimas consecuencias... no sé, quizás es el miedo el que habla, pero ahí también estoy racionalizando.
Sólo no sé cómo parar. Me encantaría probarlo, perder un poco el control (sólo un poco xp)...
En fin, tengo esperanzas y eso es raro... ir a terapia otra vez es como creer en el espiritismo, es creer, tener fe nuevamente y eso, a pesar del miedo es conectar de algún modo con todo lo mágico, esotérico, misterioso, divino y ese es mi consuelo.

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