lunes, 10 de febrero de 2014

Supernova


Sí, necesité escribirlo.
No pude frenar mi mano que se vierte caudalosa sobre el papel, del mismo modo que se vertieron sus besos sobre mis labios.
No puedo callar la forma en que me mueve esa mirada que penetra las cosas, que las atraviesa, que descubre vida en cualquier parte.
Él es la aguja en el pajar: lo que no se encuentra a simple vista ni se tiene la constancia de buscar y aquí está, lo veo frente a mí, lo siento romper contra mi pecho como un mar ignoto, tan hondo y apacible... me posee en su vaivén sin reclamarme siquiera.
Y estuvimos él y yo... bailando el vals del abismo, él y yo montando cometas, él y yo  meditando en el bosque, conectados con la tierra.
Él paracaídas, mago, parasubidas extraordinario. Él, nudo de constelaciones. Él, parca de ojos verdes y mirada de santo. Él, oso, ballena, nutria, grifo, vikingo... yo, dama del bosque.
Él atardecer rojo, violeta, interminable. Él, contenido luminoso del rayo.
Él en quien puedo creer; quien me hace amar la flor sin cortarla. Él, tan finito como eterno.
Él mi supernova.
Él génesis y apocalipsis. Papalote sensible al viento, libro abierto, empero escrito en una lengua que no domino por completo. Me siento libre entre sus brazos. No me pierdo, me encuentro.
Y aunque me conmueva como la mariposa de alas rojas, translúcidas como vitrales de una iglesia... jamás me atrevería a aprisionarlo, pues como un león es más bello en su hábitat salvaje. Es fugaz y perfecto en su huida.
Quisiera tocar su centro luminoso y que en mí encuentre si no una flecha, al menos una astilla de esta sensación que me franquea.
Él, país de maravillas; tan cielo como precipicio, a partir de hoy es todo, es nada. Es polvo de estrella.



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