domingo, 9 de febrero de 2014


Música es tu boca calma, la voz de su gesto es la más dulce, que sin sonar, habla.
Música lenta es tu mirar taciturno, los ojos que no me miran y me atraviesan,
su lanza luminosa que me encuentra translúcida, es toda calor y toda melodía.
La verdadera belleza no se toca, como no se toca el color o el perfume de la rosa;
como no se toca el brillo de la luciérnaga o el canto de los grillos y empero,
se siente como una ola poderosa que rompe sobre tu cuerpo y de la misma manera
puede moverte, sacarte de balance, impulsarte sin importar tu resistencia...
o ahogarte con su implacable fuerza.
Así tu belleza no se toca y es por ello más perfecta.
Tiene el valor implícito de lo que no puede comprarse o poseerse, como ridículo es aquél que compra una estrella, pues su luz indescifrable sólo pertenece al firmamento, a los ojos que la encuentran cada vez que la miran.
La belleza es de todos y no es de nadie.
Te pertenece cuando la admiras, evocas, la creas y luego... la pierdes, sin perder por ello sus llagas florecidas, las cicatrices perfumadas que hieren los ojos, la lengua, el oído y los curan para siempre.
Tu belleza no puede poseerse, pero es más mía que tuya,
porque es a mí y no a ti a quien ha dejado estas heridas sagradas que aún florecen en el jardín de mi mente.   

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