jueves, 29 de mayo de 2008

La Piscina




La resistencia ardió primero sobre sus pechos, irguió sus pezones y mamó el desencanto; luego golpeó el vientre, haciéndole escupir el último respiro. Lo restante fue más gentil: el agua halló cause en los surcos de su piel, llenó sus fosas nasales como se llenan los arrecifes cuando sube la marea. El líquido cálido la abrazó, recordándole al útero materno y esa noche, después de tanto envejecer, volvió a ser feto.

La muerte se la tragó y quedó flotando como un lirio: Ofelia deslavada por los años.

El conserje la encontró de mañana, la enfermera juntó sus tesoros en una caja de zapatos y la entregó a sus hijos.

Hace apenas una semana que Marco y Marlene sentían el alivio de dejarla en mejores manos. Escogieron el lugar por la piscina, pues la viejita gustaba del agua tibia y otros asilos no tenían alberca o no daban importancia a la temperatura.

Abrumados por los deberes de la vida profesional, no tenían más tiempo de jugar al voleibol con las dolencias de su madre, y aquella tarde al marcharse, aunque remordía un poco la conciencia, les dio la comezón que da a los perros cuando se les quita la correa.

Juntos se sentaron en el recibidor a mirar dentro de la caja de Pandora: Un reloj ahogado, una Biblia de páginas amarillentas, el relicario de la abuela y una foto, la última que tomó el día del exilio. ¿Será que desde entonces la lente se llenó de agua, como lo hicieran sus ojos? Sus hijos y la alberca detrás como cómplices pactados. A la vuelta versaba una inscripción: “Inútil, me voy por no ser más un lastre”.

Se miraron apenados con un dejo agridulce, porque detrás del luto se desnudaba la realidad: Habían sido relevados de por vida, eran libres.


No hay comentarios: