lunes, 12 de mayo de 2008

El Sube y Baja de Fuego




Me encanta jugar con fuego y siempre me quemo. La llama tiene piel tersa y es bendita cada llaga de su lengua cuando azota mis manos, cuando lame o se cuela por los ojos hasta esplender en las pupilas.

Guardo entre mis grietas calor de su cuerpo colorido, por eso no se enfrían las ganas ni se marchitan mis verdores. Vivo expectante de que me quiera y no me quiera en la lluvia sempiterna de margaritas.

Hay un dulzor discreto en cada muerte y resurrección incendiaria, un ritual en consumirse y dejar cenizas que vuelven a prenderse con el menor suspiro.Mi amante se guarda bajo los párpados cuando las calles se maquillan de neones, y se revela sólo en antifaz de media tarde. Me tiendo en sus ardores como en una hamaca que oscila sobre el cosmos y el abismo, y es fascinante columpiarse violentamente sin volcarse en alguno por completo.

Mi vida es el sube y baja de fuego. Cuando estoy arriba soy completa, cuando estoy abajo soy piezas fragmentadas, pero no puedo resistirme al dolor o el placer entrañable, renovado en cada ciclo de espera o esperanza.

¿Cuántas veces se ha colado en la red de mis pestañas? Me enciende vehemente y se escapa como la chispa de un revólver. Me siento en el lobby del hotel, diluyo en Vodka Martini mis estaciones de humo y apenas tomo forma me encuentra, me llega furtivo con un beso, me revuelca en el cuarto, me ilumina, vuelve a prenderme de a poco y yo juego a que no, pero siempre me quemo.

Hoy se esfumará otra vez, lo adivino porque estoy en el clímax y ya vislumbro mi declive. Nada cuesta tanto como despedirme del lecho que aún tienta a evaporarme en sus hervores. Se me eriza la piel en su abrazo, se me aguan los ojos ante el susurro -casi sincero- que afirma “nos vemos mañana” y me voy como si le creyera, dejando un souvenir debajo de la almohada y una estela cenicienta en el pasillo. Me llevo un fondo de sudores bajo la falda y un nuevo escote en la camisa que arrancó la impaciencia.

Ya entra el ocaso pintando de rosa los canceles. Me voy del hotel que ampara nuestros encuentros, pero mañana volveré -con la aceituna en la boca- a degustar los próximos adioses. Él volverá también, como es costumbre, algún otro día y encenderemos juntos el cielo… el infierno, como siempre.

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