Del polvo de mi inocencia mancillada, te presento a la niña
que se columpia incansable bajo el ocaso de mi infancia.
Esta niña, que vive
eterna en el jardín de llagas florecidas, meciéndose sobre la aurora boreal,
coleccionando estrellas en una cajita; es quien cerró los ojos antes del hurto,
aprisionando bajo los párpados el último resplandor del sol ensangrentado, la
parvada de pájaros que huyera de la penumbra. Ella, que no conoce el horror o
el hastío, a la que todo puede sorprenderle, se enamora de cicatrices; encuentra dulzura en el predador aunque a
ratos la devore y sabe llorar sólo de
alegría.
Voy a posarla sobre tu pecho, dejarla bañarte en sus sollozos, limpiar a
besos tus heridas y esconder entre cabellos el dibujo de soga que tatuaste
alrededor de tu cuello… por un instante.