Me hundo en la tierra sin prisa, bajo al subterráneo como quien desciende a un templo en total reverencia, pero a cada paso me remuerde la culpa y me tienta a decirme:
- ¡Pobre Mateo! Lo amo tanto de mañana cuando trepa con dedos de hiedra mi cuerpo adormecido. –Pero en cuanto mi mano cae de la baranda, se vuelve humo la conciencia y me lanzo predadora al encuentro de unas puertas corredizas, justo en la cola del gusano de hierro.
Amo el misterio que se clava entre los poros. Allá afuera, uno se disfraza de persona común para deambular por las calles sin ser visto, pero debajo de la tierra brillan más los antifaces y es posible volverse superhéroe tras el parpadeo de las sombras. Aquí nadie viene a confesarse, a buscar amor o consuelo, ningún nombre se escapa entre las lenguas, y en la marejada de cuerpos sólo se viene a reemplazar el “yo soy” por el “yo siento”.
Lo he hecho un par de veces antes, en otras estaciones, y uno sale del vagón como quien saliera del universo para meterse en una cripta. Desde la última vez he estado esperando, como el lobo preso en pieles humanas, por que salga la luna y desgarre entre aullidos mi prisión. Pero ha llegado la hora, y es el aroma quemado a sudor de tanta gente que incita mis instintos carnívoros.
A penas doy un paso dentro y mis ojos se comen los enjambres de ninfas, bacantes exquisitas de texturas camaleónicas. Algunas tienen la piel del color del mármol y otras de pantera, pero todas son reptiles hambrientos.
Me acerqué a una joven de mirada oscura, la arrebaté a una vieja con lengua de serpiente y bebí de todos sus pozos, le entregué mis pechos anhelantes convirtiéndola en mi espejo. Me tendí entre sus piernas, en el remanso de sus uñas e insaciable en la ebriedad caníbal, me derrotó la avidez de arrojarme a su boca, de apresarla entre los dientes. Pero en medio del gemido, volvió el rostro evadiendo mis ansias y susurró con la voz de una niña:
- ¡En los labios no! Vengo con mi novio. – ¡Qué idea más extraña, venir con su novio! Y señaló a
un tipo de buena figura que a su vez devoraba a otro hombre, quien por un momento me preció…
- ¡Anya!