jueves, 10 de julio de 2014

Cirugía de corazón


Tras una extenuante cirugía de corazón, despierto. Se me va saliendo de a poco la anestesia del cuerpo, siento frío, tiemblo toda; tengo reseca la boca, la entrepierna, los lacrimales.
- No puedo más. - Dije, y escuché el sonido del desgarre. El músculo atrofiado aumentó su ritmo a tal grado que parecía a punto de estallar en cualquier momento.
El doctor se apresuró a remendar el órgano que él mismo rasgó unos segundos antes por descuido. Reunió ilusiones de distintos colores, lazos, parches de besos, polvo de constelaciones, pelos de pegaso, grapas de acero valyrio, lágrimas centelleantes, promesas, caricias dulces, ojos de niño, miradas puras, acusaciones, súplica, negación, sonrisas, reclamos, compasión, una pizca de fe… como instrumentos que darían pie al procedimiento. Después de usarlos todos con una maestría que sólo él pudiera poseer.
- Listo. El corazón ha quedado como nuevo. – Dijo con cierta admiración de sí mismo.
- Pero, ¿por qué me duele? – Pregunté.
- Ya late con normalidad, el procedimiento fue exitoso. Es normal que sienta algunas molestias por un rato. – Sonrió, con esa sonrisa que calma las mareas, que expulsa las tormentas, que nace como flor en medio del asfalto y es promesa de toda maravilla. Esa sonrisa de cuyo brillo intenté ocultarme tras una puerta, pues es ella la que cura cada estocada, que refresca cada quemadura, que me eleva por encima de mí y luego es la misma que me engaña y me quema cínica, que me tira y me sangra.
El corazón está ahora convaleciente, late firme pero dolorido… No tengo fuerzas. En cada sutura entoné un grito, me defendí a muerte, pero sané. Sé que en cada reconstrucción se cortan las partes gangrenadas y al final, se va encogiendo este corazón mío sin más remedio.