viernes, 30 de mayo de 2008

El lunático


Nos gusta la luna redonda cuando oscila en el firmamento, nos bañamos de luz cuando estamos en la punta del monte o bajo el fango.


Somos espinas, avispas y gatos, luego lunares, ollas, grillos, plumas, charcos... pero siempre estamos mirando la luna.


Cuando somos río nos escapamos de las presas por verternos fuera y mirar la luna. Cuando somos culto adoramos a la luna. No nos gusta la lluvia por que se nos va la luna.


Cuando dormimos a des tiempo, siempre soñamos a la luna: Los halos, los claros, las sombras de la luna, las marcas, las notas, las huellas de la luna, los hombres, los conejos, los cráteres de la luna.


Él lame un espejo cuando se encuentra a la luna, Yo atraviezo el espejo cuando me encuentro a la luna.


Jugamos solitario mientras la luna resplandece, nos jugamos solitarios, juego solo sólo a mirar la luna.


Nos gustan también las polillas de la luna y cuando somos sapo nos las comemos.


Cuando es tarde viene el hombre nube y nos apaga la luna. La luna queda vacía y es tiempo de dormir.

jueves, 29 de mayo de 2008

La Piscina




La resistencia ardió primero sobre sus pechos, irguió sus pezones y mamó el desencanto; luego golpeó el vientre, haciéndole escupir el último respiro. Lo restante fue más gentil: el agua halló cause en los surcos de su piel, llenó sus fosas nasales como se llenan los arrecifes cuando sube la marea. El líquido cálido la abrazó, recordándole al útero materno y esa noche, después de tanto envejecer, volvió a ser feto.

La muerte se la tragó y quedó flotando como un lirio: Ofelia deslavada por los años.

El conserje la encontró de mañana, la enfermera juntó sus tesoros en una caja de zapatos y la entregó a sus hijos.

Hace apenas una semana que Marco y Marlene sentían el alivio de dejarla en mejores manos. Escogieron el lugar por la piscina, pues la viejita gustaba del agua tibia y otros asilos no tenían alberca o no daban importancia a la temperatura.

Abrumados por los deberes de la vida profesional, no tenían más tiempo de jugar al voleibol con las dolencias de su madre, y aquella tarde al marcharse, aunque remordía un poco la conciencia, les dio la comezón que da a los perros cuando se les quita la correa.

Juntos se sentaron en el recibidor a mirar dentro de la caja de Pandora: Un reloj ahogado, una Biblia de páginas amarillentas, el relicario de la abuela y una foto, la última que tomó el día del exilio. ¿Será que desde entonces la lente se llenó de agua, como lo hicieran sus ojos? Sus hijos y la alberca detrás como cómplices pactados. A la vuelta versaba una inscripción: “Inútil, me voy por no ser más un lastre”.

Se miraron apenados con un dejo agridulce, porque detrás del luto se desnudaba la realidad: Habían sido relevados de por vida, eran libres.


lunes, 12 de mayo de 2008

El Sube y Baja de Fuego




Me encanta jugar con fuego y siempre me quemo. La llama tiene piel tersa y es bendita cada llaga de su lengua cuando azota mis manos, cuando lame o se cuela por los ojos hasta esplender en las pupilas.

Guardo entre mis grietas calor de su cuerpo colorido, por eso no se enfrían las ganas ni se marchitan mis verdores. Vivo expectante de que me quiera y no me quiera en la lluvia sempiterna de margaritas.

Hay un dulzor discreto en cada muerte y resurrección incendiaria, un ritual en consumirse y dejar cenizas que vuelven a prenderse con el menor suspiro.Mi amante se guarda bajo los párpados cuando las calles se maquillan de neones, y se revela sólo en antifaz de media tarde. Me tiendo en sus ardores como en una hamaca que oscila sobre el cosmos y el abismo, y es fascinante columpiarse violentamente sin volcarse en alguno por completo.

Mi vida es el sube y baja de fuego. Cuando estoy arriba soy completa, cuando estoy abajo soy piezas fragmentadas, pero no puedo resistirme al dolor o el placer entrañable, renovado en cada ciclo de espera o esperanza.

¿Cuántas veces se ha colado en la red de mis pestañas? Me enciende vehemente y se escapa como la chispa de un revólver. Me siento en el lobby del hotel, diluyo en Vodka Martini mis estaciones de humo y apenas tomo forma me encuentra, me llega furtivo con un beso, me revuelca en el cuarto, me ilumina, vuelve a prenderme de a poco y yo juego a que no, pero siempre me quemo.

Hoy se esfumará otra vez, lo adivino porque estoy en el clímax y ya vislumbro mi declive. Nada cuesta tanto como despedirme del lecho que aún tienta a evaporarme en sus hervores. Se me eriza la piel en su abrazo, se me aguan los ojos ante el susurro -casi sincero- que afirma “nos vemos mañana” y me voy como si le creyera, dejando un souvenir debajo de la almohada y una estela cenicienta en el pasillo. Me llevo un fondo de sudores bajo la falda y un nuevo escote en la camisa que arrancó la impaciencia.

Ya entra el ocaso pintando de rosa los canceles. Me voy del hotel que ampara nuestros encuentros, pero mañana volveré -con la aceituna en la boca- a degustar los próximos adioses. Él volverá también, como es costumbre, algún otro día y encenderemos juntos el cielo… el infierno, como siempre.